Miguel Ángel Contreras Mauss
Córdoba, Ver.- La portentosa máquina resiste estoica los embates del implacable tiempo. En el corazón del parque V Centenario, la locomotora se muestra fuerte y poderosa, como cuando hacía retumbar las vías en aquel 1909.
Sobre el bulevar Tratados de Córdoba y la avenida 11, La ‘Luisa’ -como es conocida popularmente la locomotora- evoca tiempos pasados, cuando un ejército de máquinas echando humo hacían vibrar las vías de “El Huatusquito”, la ruta que conectaba a Córdoba con el municipio de Coscomatepec.
“Era toda una odisea”, rememora el cronista de Coscomatepec, Nahúm Genaro Solís Heredia, quien siendo chaval era uno de esos distinguidos pasajeros.
“Antes de las cinco de la mañana había que levantarse para asearse y desayunar, aunque no se tuvieran ganas, al fin que generalmente nuestra mamá procuraba llevar algunas frutas o panes compuestos para el trayecto”, describe.
Una hora después, a las seis de la mañana, el camión de “Las Márquez”, la ruta más popular de la época, pasaba a recoger personas que iban a viajar en el tren. De antemano, habían avisado a las dueñas del camión para que pasaran.
El suave vaivén del trenecito y su arrullador traca traca, traca traca, hacía que los niños cayeran en manos del Dios Morfeo. La travesía era lenta una a una las estaciones Tomatlán, Chocamán, Monte Blanco, La Capilla y San Antonio.
“Habíamos llegado a Córdoba. Todo el camino era precioso, los verdes cambiantes de la arboleda, los azahares purísimos desparramándose, a veces entre el follaje semiocultas las bellísimas pomarrosas o las diversas frutas de la estación”, afirma.
El paseo en el tren era un momento casi sagrado, el silencio era la constante. Los carros de segunda clase eran adornados por largas bancas de madera en ambos lados y en los pasillos cajas, canastos, huacales, animales de pluma.
Al final de los carros de segunda clase, iba el vagón de primera, el “Pullman”, donde viajaban las familias consideradas pudientes con sus asientos individuales acojinados forrados de piel negra.
“La Luisa”, tras su jubilación, regresó a Córdoba en el 2001, después de haber formado parte de las exhibiciones del Museo Nacional de Ferrocarriles Mexicanos.
Fue enviada en color amarillo y luego de varios meses restaurada y regresó a su color original negro con detalles en color rojo y madera, hora con su inseparable compañero, el vagón El Mexicano.
La máquina permanece ahí, detenida en el tiempo, en aquel tiempo en que no había carreteras ni camiones de pasaje, en el que -dicen- la vida era más divertida y los paisajes se disfrutaban.
Los viejos, al pasar por el parque V Centenario sueltan suspiro que se pierde en los recuerdos.